domingo, 18 de noviembre de 2018

Patrón de conducta tipo A


En la tradición popular nunca se ha dado mucho valor a la prisa. Hay unos cuantos dichos populares donde se puede apreciar esto. Sin embargo, la sociedad en la que vivimos actualmente entrona a la velocidad y a hacer el mayor número de cosas en el menor tiempo posible; el hombre o mujer orquesta que pueden hacer el mayor número de cosas en el menor tiempo posible.

Dentro de esta perspectiva se suelen agrupar diferentes tipos de personalidad. En este articulo, vamos a hablar de lo que se conoce como patrón de conducta tipo A y cuáles son sus características.

A finales de 1950, dos cardiólogos norteamericanos Friedman y Rosenman, publicaron varias investigaciones que establecían una clara relación entre determinados rasgos de personalidad con una mayor incidencia de cardiopatía isquémica o la posibilidad de tener un infarto o una angina de pecho. En 1974 se publicó un trabajo suyo con un título que vendría a traducirse algo así como: Patrón de conducta Tipo A y su Corazón. En él, se describían diferentes tipos de personalidad relacionados con factores de riesgo coronario. Según cuentan en su estudio, el inicio de su investigación surgió de la observación de una experiencia curiosa de la vida cotidiana. Al querer remodelar la sala de espera de su consulta, cuando se pusieron a tapizar las sillas se dieron cuenta de que solo estaban gastadas por la parte de delante. Es decir, sus pacientes únicamente se sentaban en el extremo de las sillas; como si estuvieran a punto de echar a correr. 

 
Las personas con un patrón de conducta tipo A, presentan alguno de los siguientes rasgos:
  • Suelen ser personas muy productivas y tienen una gran preocupación por realizar tareas compulsivamente, ya que la inactividad y el reposo les frustra. Parece que estén en una carrera permanente contra el reloj ante la presión por la falta de tiempo
  • Suele ser gente que se mueve y camina deprisa y destaca la imperiosa sensación de urgencia que invade el ámbito de su actividad personal. Su vida cotidiana, la que no guarda relación con el trabajo, resulta apresurada hasta en los mínimos detalles
  • Son incapaces de renunciar a realizar tareas que puedan aumentar el repertorio, y por tanto, su mérito. Prestan más atención al resultado cuantitativo, que a la satisfacción derivada de la realización de la labor bien hecha
  • Hallan siempre motivos para posponer sus vacaciones, alargar la jornada laboral o para llevarse trabajo a casa. Son incapaces de gozar del tiempo libre y de los seres queridos
  • Suelen comer deprisa
  • Tienden a dormir poco
  • Hablan agitadamente y tiene dificultad para mantener la atención centrada en cualquier tema o mensaje que se les dirija. Hablan deprisa e interrumpen a sus interlocutores. Más bien imponen que exponen su propio punto de vista
  • Suelen ir al grano y dan pocos rodeos
  • Se plantean logros continuos
  • Tienen tendencia al perfeccionismo en todo lo que hacen, tanto dentro del trabajo como en su tiempo libre
  • Manifiestan una competitividad extrema
  • Tiene tendencia a ser controladores
  • Responden con hostilidad y agresividad cuando el ritmo que ellos estiman oportuno se ve detenido. La impaciencia promueve habitualmente agresividad hacia quien la suscita, y como puede surgir ante innumerables circunstancias domésticas, urbanas, laborales o en su relación social, esta gente confiesan sentirse permanentemente en lucha frente al entorno
  • Son poco dados a la violencia física con lo que expresan su agresividad por medio de: desvirtuar los logros ajenos, minan la fiabilidad de los logros de los demás, disminuir los esfuerzos de los otros, desacreditar sus ideas
  • Son muy exhaustivos y metódicos, por lo que se convierten en jefes "toca pelotas" y fastidiosos. Les gusta la tarea como ellos quieren que se haga, es decir, exactamente según el ideal de su criterio perfeccionista. Suelen ser intolerantes antes los errores y se les suele ver como controladores
  • Son incapaces de delegar tareas y funciones

Seguro que muchos de vosotros tenéis o habéis tenido una persona así a vuestro lado. Da la sensación de que la actividad frenética es su mecanismo de defensa para no afrontar sus conflictos y viven en un estado continuo de lucha ante el entorno al que consideran amenazante. 

Por otro lado, están las personas con patrón de conducta B se caracterizan por ser la imagen opuesta de las de patrón de conducta A. Son personas tranquilas, serenas, con poca actividad y escasa agresividad, así como con bajos niveles de ambición y al mismo tiempo, no pierden eficacia en las relaciones humanas y profesionales. 

Las personas con un patrón de conducta tipo A tienen una probabilidad dos o tres veces mayor que las de tipo B de padecer un ataque cardiaco, así como un alto riesgo de sufrir otro tipo de enfermedades como las psicosomáticas, cardiovasculares y ansiedad. 

domingo, 16 de septiembre de 2018

Una vida de apariencias

Esta vez voy a hablar de la película “La gran belleza”.

Reparto: Toni Servillo, Carlo Verdone, Sabrina Ferilli, Serena Grandi, Galatea Ranzi, Isabella Ferrari, Giulia Di Quilio, Luca Marinelli, Giorgio Pasotti, Massimo Popolizio.
Director: Paolo Sorrentino.
Fecha y nacionalidad: 2013, Italia.



No soy una gran entendida del cine, pero, como me pasa con el vino, sé cuando algo es bueno.
Al empezar la película, creía que estaba viendo una obra independiente y bastante abstracta, basada sobre todo en lo visual. Si te muestran al empezar imágenes muy bellas, y una música evocadora, en las que no sucede “nada”, ¿qué piensas? Yo pensé “Sí, muy bonito, aunque es el tipo de película de culto que mostrarían en una exposición de arte abstracto, tiene pinta de que esta película no va a tener mucha sustancia”, pero cuando empezó a mostrarse la historia, quedé hipnotizada, porque a pesar de mantener una fotografía y unos planos excelentes, ese personaje protagonista, Jep Gambardella, prometía contar una historia común desde un punto de vista inolvidable. Me olvidé de que había habido un guionista, un director, actores, iluminadores, etc. para crear la película, los mismos personajes me estaban contando la historia en vivo y en directo. Esa es la magia del buen cine.

Argumento: Jep Gambardella es un periodista y escritor que vive en Roma y que sólo ha escrito un libro, “El aparato humano”, que fue un gran éxito, y que no ha vuelto a escribir ningún otro. Es un dandi, que dedica casi toda su vida a fiestas, placeres físicos y lujos. Ha alcanzado el éxito económico y mucho poder, aunque al contrario de la gran mayoría de las personas de las que está rodeado, él es consciente de que tiene una vida sin sentido. El tema central de esta película es la falta del sentido de vida del protagonista, adentrándose en la complejidad de los rasgos humanos que podemos utilizar para dar sentido a la vida o para no hacerlo.

Lo mismo, al leer el argumento has pensado “bueno, ya se han hecho muchas pelis sobre eso, no es nada nuevo”, si no la has visto y has pensado esto, te recomiendo que la veas, y comentes qué te ha parecido después. Tengo que hacer una aviso para navegantes: voy destripar la peli, lo que ahora se llama “spoiler”, así que no sigas leyendo hasta después de verla si no la has visto y quieres hacerlo.

Para el resto, sigo contando:

En mi opinión, esta película es una verdadera obra maestra, no sólo, como ya he dicho, por la belleza de las imágenes y la excelente fotografía, sino sobre todo, por cómo el director es capaz de plasmar las excusas que muchas veces nos ponemos para no superarnos a nosotros mismos debido al miedo de qué vendrá después, de cómo conseguirlo y a la posibilidad del fracaso después de intentarlo. ¿Te suena esto? A mí, un montón. Ni el Conde Draco, el de Barrio Sésamo, que no se cansaba de contar, podría hacerlo con las veces que me he quedado paralizada por estos motivos.

Paolo Sorrentino consigue plasmar esto a través de un hombre que ha cumplido los 65 años, Jep Gambardella, después de haber conseguido éxito económico y poder, rodeado por iguales en cuanto a clase económica y con similar estilo de vida vacía, sin sentido, pero al contrario que la gran mayoría de las personas que le rodean, él es consciente de que su vida está vacía. Intenta tapar ese vacío con fiestas, sexo sólo por placer y lujos materiales, resignándose a su vida superficial, pero esa sensación sobresale por encima de todo, no puede taparla con nada.

Lo mismo alguno piensa “joer, qué guay, teniendo mucho dinero, mucho tiempo y con fiestas a diestro y siniestro, ¿para qué se va a plantear uno el sentido de la vida?, a disfrutar y ya está”, si es tu caso, imagínate un día en el que no haces nada relevante para ti, bueno, eso está bien de vez en cuando, ahora imagínate otro más después de ese, y otro, y otro, y otro, y otro, y así consecutivamente hasta llegar a 1.000 días seguidos, y recuerda, con mucho tiempo libre, en el que aunque no quieras, llegarán a tu mente las reflexiones sobre qué estás haciendo con tu vida; eso es un infierno.

Jep llega a plantearse un cambio de vida, dotándola de sentido, porque sabe que no está siendo él mismo, sino que tan sólo está interpretando un personaje que ha llegado a ser sin saber muy bien cómo, para ello, intenta recurrir a la espiritualidad, pero cuando intenta hablar con un cardenal sobre el sentido de la vida, se vuelve a encontrar con la misma superficialidad de su mundo, es más, encuentra que hasta personajes muy conocidos de la Iglesia católica forman parte de su mundo superficial y que al igual que él, sólo interpretan un personaje. El tal cardenal sólo estaba interesado en acaparar la atención y el único modo que sabía de hacerlo era hablar sobre recetas de cocina, porque a nadie le interesaba hablar ni de religión ni de espiritualidad, ni siquiera a él mismo. Sor María entra en escena, un personaje verdaderamente espiritual, pero el círculo de personas que rodea al protagonista, intenta disfrazarla de superficialidad, sin valorar lo verdaderamente importante.

El protagonista conoce a Ramona, un personaje extraño y misterioso, una mujer mucho más joven que él que le despierta la curiosidad, se interesa por ella no sólo como un cuerpo o placer físico, parece que estando con ella vuelve vagamente a inspirarse, pero muere al poco tiempo.  El tema de la muerte es recurrente en la película, en la que dos personas muy jóvenes y bellas físicamente mueren; ni si quiera su aun corta edad ni su belleza física evitaron su muerte; nada puede evitar la muerte en algún punto de la vida.

Jep sabe que para despojarse del personaje que interpreta, tiene que dar “un salto al vacío”, despojarse de esa vida y crearse de nuevo, pero no se atreve a dar ese salto y se resigna a la vida que tiene. Romano, un amigo suyo, dramaturgo fracasado, es el único personaje que se atreve a dar ese salto después de décadas intentando llegar a tener “éxito”. Parece un personaje alternativo a Jep, el personaje que él mismo podría haber llegado a ser si no hubiese tenido “éxito” y no hubiera alcanzado poder. Romano no tiene casi nada que perder dando ese salto, al contrario que él, cuyo estilo de vida parece estar sostenido por una estructura superficial, que se mantiene casi por inercia, y de la que carece Romano. ¿Quién sería él y cómo sería su vida sin esa estructura que ya ni se esfuerza en mantener? Tiene curiosidad por saberlo, pero tiene mucho miedo a dar el “salto” y descubrir que en el fondo ya no hay nada, que sigue “sin ser nadie”, porque todos esos años de vida superficial le han vaciado de sentido para siempre, siendo incapaz de encontrar el camino hacia una vida con sentido.

Parece muy evidente que tanto el argumento como el personaje de “La gran belleza” están basados en la película “La dolce vita”, es más, podría ser una continuación de qué le habría pasado a Marcello Rubini (el protagonista de “La dolce vita”) unos 40 años más tarde. También Marcello Rubini llega a plantearse un cambio de estilo de vida, pero lo descarta cuando el personaje que simboliza la vida ordenada, espiritual y profunda se suicida y mata a sus dos hijos; Marcello cree que lo hizo porque tenía miedo de él mismo.

A los que no habéis visto la película y tenéis interés en verla: a pesar de haber desoído mi recomendación de no seguir leyendo, habéis podido comprobar que sólo la he destripado un poquito, y estoy casi segura de que ahora tenéis más curiosidad, pues, ¡a alquilarla!, en algún video club, físico (que ya quedan muy poquitos) u online.

A lo largo de mi vida profesional, he conocido a varios hombres que tenían ingresos altísimos y eran infelices porque vivían de forma superficial. La vida sin un sentido claro, es vivir de puntillas. Si no tienes claro tu sentido de vida, busca cuáles tus valores, cómo vivirlos y actúa, entonces entrarás en una nueva dimensión, que nada, pero absolutamente nada, puede comprar.


lunes, 10 de septiembre de 2018

¿Hijos?, no, prefiero el plan B

Miedo me da presentar el siguiente artículo, porque es un tema que levanta ampollas y no sé porqué, cada unos tenemos libertad de querer vivir la vida a nuestra manera. El tema que os presento en este artículo, es: hasta qué punto compensa hoy en día tener hijos.

En una reunión de personas con idea de tener hijos o que ya los tienen, el declarar abiertamente que uno no tiene intención de tener ningún hijo genera todo tipo de opiniones: que si eres un egoísta, que si no quieres responsabilidades, que vaya cómodo estás hecho, etc.


En el caso de este artículo, voy a presentaros un pasaje del libro “Amor Líquido”, donde el  sociólogo, filósofo y ensayista polaco Zygmunt Bauman (lamentablemente murió el año pasado), habla de los inconvenientes que hoy en día tiene el tener hijos. Ahora, muchos de vosotros podéis pensar: “seguro que este tío no tuvo hijos”. Pues los tuvo, tres hijas:

En nuestra época, los hijos son, ante todo y fundamentalmente, un objeto de consumo emocional.
Los objetos de consumo sirven para satisfacer una necesidad, un deseo o las ganas del consumidor. Los hijos también. Los hijos son deseados por las alegrías del placer paternal que se espera que brinden, un tipo de alegría que ningún otro objeto de consumo, por ingenioso y sofisticado que sea, puede ofrecer. Para desconsuelo de los practicantes del consumo, el mercado de bienes y servicios no es capaz de ofrecer sustitutos válidos, si bien ese desconsuelo se ve al menos compensado por la incesante expansión que el mundo del comercio gana con la producción y mantenimiento de los hijos en sí.


Los hijos son una de las compras mas onerosas que un consumidor promedio puede permitirse en el transcurso de toda su vida. En términos puramente monetarios, los hijos cuestan más que un lujoso automóvil último modelo, un crucero alrededor del mundo e, incluso, más que una mansión de la que uno pueda jactarse. Lo que es peor, el costo total probablemente aumente a lo largo de los años y su alcance no puede ser fijado de antemano ni estimado con el menor grado de certeza. En un mundo que ya no es capaz de ofrecer caminos profesionales confiables ni empleos fijos, con gente que salta de un proyecto a otro y se gana la vida a medida que va cambiando, firmar una hipoteca con cuotas de valor desconocido y a perpetuidad implica exponerse a un nivel de riesgo atípicamente elevado y a una prolífica fuente de miedos y ansiedades. Uno tiende a pensarlo dos veces antes de firmar, y cuanto más se piensa, más evidentes se hacen los riesgo que implica, y no hay deliberación interna ni indagación espiritual que logre disipar esa sombra de duda que está condenada a contaminar cualquier alegría futura. Por otra parte, en nuestros tiempos, tener hijos es una decisión, y no un accidente, circunstancia que suma ansiedad a la situación. 

Tener o no tener hijos es probablemente la decisión con más consecuencias y de mayor alcance que pueda existir, y por lo tanto es la situación más estresante y generadora de tensiones a la que uno puede enfrentarse en el transcurso de su vida. Es más, no todos los costos son económicos, y aquellos que no lo son directamente no pueden ser evaluados o calculados en absoluto. Ponen en jaque todas las capacidades en inclinaciones de esta especie de operadores racionales que estamos entrenados para ser y nos esforzamos por ser. “Armar un familia” es como arrojarse de cabeza en aguas inexploradas de profundidad impredecible. Tener que renunciar o posponer otros seductores placeres consumibles de un atractivo aún no experimentado, un sacrifico en franca contradicción con los hábitos de un prudente consumidor, no es su única consecuencia posible.

Tener hijos implica sopesar el bienestar de otro, más débil y dependiente, implica ir en contra de la propia comodidad. La autonomía de nuestras propias preferencias se ve comprometida una y otra vez, años tras año, diariamente. Uno podría volverse, horror de los horrores, alguien “dependiente”. Tener hijos puede significar tener que reducir nuestras ambiciones profesionales, “sacrificar nuestra carrera”, ya que los encargados de juzgar nuestro rendimiento profesional nos mirarían con recelo ante el menor signo de lealtades divididas. Lo que es más doloroso aún, tener hijos implica aceptar esa dependencia de lealtades divididas por un periodo de tiempo indefinido, y comprometerse irrevocablemente y con final abierto sin cláusula de “hasta nuevo aviso”, un tipo de obligación que va en contra del germen mismo de la moderna política de vida líquida y que la mayoría de las personas evitan celosamente en todo otro aspecto de sus vidas. Despertar a ese compromiso puede ser una experiencia traumática. La depresión posnatal y las crisis maritales (o de pareja) posparto parecen ser dolencias modernas específicas, así como la anorexia, la bulimia e innumerables formas de alergia.
 
No sé si comulgar con la opinión del autor de que los hijos son un objeto de consumo emocional, lo cierto es que se ven muchos casos en lo que los hijos están para satisfacer una necesidad psicológica de los padres que superficialmente ignoramos, pero que si rascamos acaba saliendo a la superficie; una especie de relación enfermiza, una compulsión a estar constantemente pendientes de las necesidades de los hijos, de que no sufran, de que no sean infelices, de que no les falte de nada, de que tengan más que otros niños y mejor.

Tampoco estoy de acuerdo con el autor en que los hijos cuesten más que un lujoso automóvil, un crucero alrededor del mundo e, incluso más que una mansión. Claro si queremos que el chaval cuando aprende a montar en bici lleve una bicicleta de la caras, que cuando sea un adolescente y vaya de compras, compre solo ropa de marca y luego cuando se saque el carnet de conducir el chaval tenga que llevar su Mini Cooper, en ese caso, por supuesto que el nene nos puede salir más caro que una mansión de lujo, pero de esto toda la culpa la tienen los padres.

Cierto que hay que renunciar o posponer otros placeres consumibles, así como renunciar a la propia comodidad y a nuestras ambiciones profesionales, pero para muchos la renuncia compensa. Como dice el autor, ese compromiso puede ser una experiencia traumática, que a muchas lleva a la depresión posnatal y al comienzo de la crisis de pareja.

Mi conclusión es que si una pareja decide no tener hijos, que no se creen conflictos psicológicos innecesarios y que acepten que pueden ser felices sin necesidad de tener hijos. Ninguna de las dos opciones es mejor que la otra, para algunas parejas es mejor opción tenerlos, para otras no. Ambas posturas son respetables. Afortunadamente en los países de occidente podemos elegir.  




lunes, 13 de agosto de 2018

No soy un hombre




Don Juan
Picaresco
Camiseta de macarra
Con mano fria
Hombre de hielo
Cabernícola beligerante
Bien, si es eso lo que hace falta para describir a un hombre
No soy un hombre

Chanchullero
Moviendo los hilos
Casanova
Macarrones con carne
Ah, pero yo solo

Bien, si es eso lo que hace falta para describir a un hombre
No soy un hombre

No soy un hombre
Soy algo mucho más grande y mejor que un hombre
Listillo sabelotodo
Adicto al trabajo
Insensible
Agresivo
Hombre, !OLE¡
Bien, si estos son los adjetivos que utilizas para describir a un hombre
Tiemblo
!Mírame¡, estoy temblando
Verdadero valor, genuino
Loco asesino
Muy masculino por tu parte
Eres el soldado que no llegará a viejo
Eres el psicópata que firmó para alistarse
Engulle, zámpate un buen chuletón de buey, engulle
Cancer de próstata
Maneras de sentarse y maneras de estar de pie
No soy un hombre
No soy un hombre
No soy un enorme jugador de hockey como un armario riendo
No soy un hombre
Nunca mataría o me comería un animal
Y nunca destrozaría este planeta en el que vivo
Bien, ¿Qué me dices?, ¿Soy un hombre?


domingo, 12 de agosto de 2018

Los dinosaurios en la empresa

No sé si necesitamos más pruebas para darnos cuenta de que en la sociedad actual, no digo la de otros países; pero al menos la española, tiene muchos prejuicios contra la edad. Ese prejuicio e indiferencia hacia la experiencia laboral de una persona, se ve claramente en el entorno laboral. Las empresa, sean grandes o pequeñas, tratan a la gente de cierta edad como reacios a asumir riesgos y a la flexibilidad. En el entorno de muchas empresas, la gente ya madura puede sentir que se van erosionando poco a poco dentro de la empresa.

Muchos nos vamos dando cuenta de la edad que ya tenemos, pero no solo la edad biológica sino también la social. Por mucho que intentemos modificar nuestro aspecto, por muchos tatuajes que nos pongamos para sentirnos más jóvenes, más a la moda, más cool, la edad está ahí; socialmente en muchos aspectos, uno está fuera de juego.

En el entorno laboral, los trabajadores de más edad abandonan el barco mucho antes de estar mentalmente o físicamente incapacitados, por no hablar de los que llegan a la cincuentena en peores condiciones que los que están a punto de jubilarse.


En el siglo XIX, se prefería la mano de obra joven, simplemente porque era barata. Los jóvenes trabajaban por unos salarios bastante más bajos que los de los adultos. Esta situación no ha cambiado y la relación entre juventud y salario bajo está al orden del día. Pero el salario bajo no es el único de los atractivos que atrae a los empresarios. La empresa está convencida de que los trabajadores ya con muchos años a sus espaldas tienen modos de pensar inflexibles y son reacios al riesgo, además de carecer de la energía física, brío y empuje necesario para hacer frente a las exigencias de la empresa. En muchas profesiones, después de cierta edad, se puede decir que estás muerto. Muchos empresarios piensan que si tienes más de cincuenta, laboralmente estás acabado, independientemente de toda la experiencia laboral que hayas acumulado a tus espaldas.

La flexibilidad en el entorno laboral es sinónimo de juventud, mientras que la rigidez es sinónimo de vejez. En muchas empresas, el binomio edad-rigidez explica muchas de las presiones que las empresas ejercen sobre sus ejecutivos para que se retiren cuanto antes. Por otro lado, la gente con más años y experiencia a sus espaldas, tienden a ser más críticos con sus superiores, que los que están empezando; están más dispuestos a criticar las decisiones tomadas; vamos, que no se muerden la lengua. Los jóvenes toleran más las decisiones y si no les gustan, se marchan; no están dispuestos a pelear dentro de la empresa ni tampoco por ella. Para los estrategas de la empresa, la flexibilidad de los jóvenes les hace más maleables en términos de riesgo y sumisión.

Muchos trabajadores mayores están hasta las mismísimas pelotas de aguantar tonterías años y años (me incluyo yo en este grupo), pero son demasiado mayores para mover el culo y conseguir trabajo en otro sitio. Trabajo en una gran empresa y doy fe de ello. Muchos de estos trabajadores ya son cadáveres laborales con formación obsoleta que no tendrían un hueco en el mercado laboral actual.
Si hablamos de un campo como el de la informática y las telecomunicaciones, los conocimientos adquiridos hace una década no sirven para nada y muchos ya son demasiado viejos para reciclarse y volver a empezar.

En la empresa, los trabajadores mayores se quedan, los jóvenes que pueden se marchan en cuanto se les presenta una oportunidad; la lealtad a la empresa se la trae floja.

El paso del tiempo nos da miedo. Toda la experiencia que hemos acumulado, la vemos como algo ya pasado de moda y esta visión lo único que hace es poner en peligro la valoración que tenemos de nosotros mismos.

miércoles, 1 de agosto de 2018

Consumo, luego existo

Soy yo el único que piensa cuando pisa un centro comercial: “¿Qué narices hacen estas familias con los niños aquí encerrados?”. Y es que ya desde pequeñitos se enseña a los niños que el consumo en sí es ocio y que sin consumo no puede haber ocio.

En 1899 un señor llamado Thorstein Veblen escribió su obra: La Teoría de la Clase Ociosa. Ya en esa fecha se podía apreciar en la sociedad de aquella época, la unión que existía entre el ocio y el consumo. Para este señor, el ocio ya no era algo propio de la nobleza o la aristocracia. La burguesía queriendo imitar a los que tenían pasta, lo hacía a través del consumo como fuente de ocio.

El autor distinguía el consumo a través del que la burguesía del siglo XIX imitaba a la antigua nobleza, del consumo ostentoso, en el que el ocio se identifica con el consumo de artículos de lujo u objetos inútiles y cuyo valor se mide por el precio que se ha pagado por ellos. En este nivel, el burgués no consume sino para demostrar a los demás su nueva condición, esto es algo que sigue sin pasar desapercibido hoy en día solo que ahora se ha democratizado el consumo y cualquier currito cobrando un sueldo mediocre puede aspirar a conducir un BMW. A partir de ese momento el ocio se constituyó como un símbolo de clase, un medio para intentar conseguir más estima; ser socialmente más válido o no ser menos que los demás.

El ocio se asociará al consumo y el tiempo libre que no implique gastos será considerado como perjudicial para el mercado y el que no lo lleva a cabo un “pringao”.  ¿Quién se reúne con los amigos para dar un paseo y charlar sin más? Pues no, quedamos en centro comerciales para ir de compras, en bares, cines, etc. El ocio se convierte en tiempo libre al servicio de la producción.

 
De las ochenta horas que se trabajaba al inicio de la revolución industrial, hemos pasado a las cuarenta horas de media actualmente y me quedo corto y ya puedes esperar sentado que te paguen las horas extra... Fue con esta reducción de la jornada que muchos empezaron a ver el fin del trabajo y el triunfo de la sociedad del ocio. Viendo como están las cosas en el siglo en que vivimos, no veo muy claro que la sociedad del futuro sea una sociedad con menos trabajo. Es innegable que cada día hay más tecnología que sustituye al trabajo humano, pero no consigo imaginar una sociedad donde la gente no trabaje y lo único que prime sea el ocio y la desocupación.

¿Quién es tan miope como para no darse cuenta de que lo que nos falta hoy en día es tiempo libre y lo que nos sobra es curro? ¿Cuáles pueden ser las causas?  Los gastos que genera el consumo, se pagan con los ingresos que recibimos a fin de mes. El ocio se reduce a tiempos limitados, con lo que se trabaja más para consumir más en menos tiempo. Lo que vivimos hoy en día es un consumo intenso en un tiempo de ocio escaso. Un consumo que proporciona una posición dentro de la sociedad. Incluso las vacaciones se convierten en un acontecimiento estresante: largas esperas en los aeropuertos, agenda de visita turística demencial, playas atestadas teniéndote que levantar a las 7 de la mañana para coger sitio, etc. Los pequeños resquicios de tiempo como un puente o un fin de semana se aprovechan al máximo.  

Como dice uno de mis héroes, José Mújica, ¿con qué pagamos todo ese consumo?  con nuestra vida. Ya sabemos que nadie muere por consumir, pero, ¿qué necesitamos para consumir? y ¿de dónde sale ese dinero?: de interminables horas de trabajo. 

jueves, 5 de julio de 2018

Orgullo ¿qué?


Ya sé que estaréis pensando “gay, gaaaayyyy, ¿con qué tontería me viene ahora esta?”. A ver, alguien puede estar orgulloso de haberse trabajado para ser mejor persona, haber conseguido con esfuerzo un logro, pero… ¿de su identidad sexual?. A los que seáis padres, sinceramente, ¿os imagináis diciendo a vuestro hijo/a “a mis brazos, me siento muy orgulloso/a de que seas gay, hijo/a?”, no, ¿verdad? Ser gay no hace ni mejor ni peor persona, por lo que la identidad sexual no es algo de lo que nadie debería sentirse orgulloso ni avergonzado.

Cuando en Madrid se dio la primera manifestación para la reivindicación de los derechos de los homosexuales, organizada por el Frente de Liberación Homosexual  de Castilla (Madrid aun no era una comunidad autónoma), en España aun era un delito el ser homosexual. De eso han pasado 40 años. 

Aspecto de la cabecera de la primera manifestación del Orgullo Gay que se celebró en Madrid el 28 de junio de 1978 - EFE

Por lo que puede verse en las fotografías de ese 28 de junio de 1978, los participantes no vestían de forma estrafalaria, ni bailaban, ni iban en carrozas, simplemente, reivindicaban los derechos que deben ser inherentes a todo ser humano. Desde entonces, en Madrid todos los años se fue sucediendo en verano esa manifestación, y dado que en 1979 dejó de ser delito en España el ser homosexual, muchos homosexuales fueron olvidando el verdadero espíritu de esa concentración anual y desvirtuando su objeto para ir convirtiéndolo en un show callejero de gays jóvenes a lo grande. Parece que se les ha olvidado que aun hay países en el mundo en los que ser homosexual sigue siendo delito y aun en algunos, incluso es motivo de pena de muerte, y que no hacen ningún favor a las personas homosexuales de esos países dando la imagen de que la homosexualidad implica ser una persona superficial que se pasea por la calle o va en una carroza en bañador, y de que además para ser valorado por la comunidad gay hay que estar musculado o como mínimo fibroso. Apartan a los mayores, a los que tienen tripa o a los que tienen arrugas, por muy homosexuales que sean.

No hay pancartas instando a la erradicación de pena de multa, cárcel o de muerte por ser homosexual en los países en los que aun se da esa situación; eso podría cortar el buen rollo, se está de fiesta. ¿Qué se está celebrando y qué se reivindica actualmente en la fiesta del Orgullo Gay en Madrid entonces, que uno puede bailar en bañador en lo alto de una carroza en una fiesta multitudinaria? Está muy bien celebrar que el colectivo gay ha conseguido derechos importantes, equiparándolos a los de los heterosexuales, pero cuando esa celebración ha pasado a ser mera diversión por la diversión, ya no hay objeto histórico de celebración, sólo hay una fiesta callejera, y en Madrid, de lo más superficial. 

Ni en Nueva York, ni en Londres ni en París los gays que participan en el desfile enseñan tanto torso y tanto trasero al desnudo como en Madrid. Al Ayuntamiento de Madrid le ha venido muy bien poner todos los medios a su alcance para la organización de ese tipo de fiesta porque fueron más de un millón de personas los turistas que estuvieron en la capital de España durante el Orgullo Gay en 2017, además, los turistas homosexuales gastan mucho más que los generales, así que, no le saldría a cuenta un programa más serio, más reivindicativo, más comprometido y más cultural, porque eso significaría menos fiesta y muchos menos turistas que se gasten el dinerito, por lo que cree que lo mejor es un programa que sólo incluya discursos jocosos, carrera en tacones, desfile y actuaciones musicales. 

¿Qué pensarían los homosexuales Federico García Lorca, Óscar Wilde, Patricia Highsmith (escritores), Michel Foucault (filósofo) o Alan Turing (matemático) si vieran el sarao que se organiza en Madrid sin un solo acto dedicado a las artes o al conocimiento en nombre de los homosexuales que han aportado en estos campos?

Me gustaría que el Orgullo Gay en Madrid no fuera sólo una fiesta en la que gays jóvenes, con cuerpos muy trabajados y muy expuestos, bailan y se llaman “maricón” entre ellos. Ser homosexual no implica ser superficial, hay muchísimos que no lo son, pero no están en esta fiesta por ser excluidos implícitamente. Hay todavía mucho que lograr en el mundo en cuanto a los derechos de los homosexuales, pero en el Orgullo Gay de Madrid eso apenas interesa, ha sido tragado por la fiesta.

martes, 3 de julio de 2018

La decepción del consumo

La sociedad materialista en la que vivimos no ha dejado nunca de ser criticada por la gran mayoría de los intelectuales. Ya en su día, Rousseau acusaba al lujo y las comodidades de la vida de corromper las costumbres y virtudes del ser humano. Desde la antigüedad los grandes pensadores han expresado su descontento con una cultura vulgar que se dedica a hacer triunfar las pasiones más mediocres. Estos pensadores han calificado el capitalismo del consumo como el opio del pueblo, como una máquina que no deja de crear falsas necesidades (necesitas tener el último modelo de móvil de la manzanita para pertenecer al grupo de los exclusivos) así como soledad y pasividad por tener que consumir ciertos productos para no estar fuera del grupo.  Si eres una persona adulta y no tienes coche, simplemente porque no lo necesitas, ya se te mira raro y se te hace todo tipo de preguntas. La gente no entiende que no lo necesites. Piensan que no puedes permitírtelo y si te lo puedes permitir y no lo tienes, algo no les cuadra.


La sociedad de la opulencia es incapaz de contentar al ser humano. Promete un paraíso de goces, pero el materialismo no deja de crear frustraciones y decepciones en la inmensa mayoría. Opulencia material frente a un déficit de felicidad, ¿Quién no ha visto al típico jefe con mucha pasta y amargado? Cada vez se consume más pero se vive menos, cuanto más se desatan los apetitos consumistas, más aumenta las insatisfacciones de la gente. El nivel de vida se eleva pero viendo como está la gente hoy en día, en lugar de ver alegría y entusiasmo,  se ve más bien insatisfacción en la mayoría de los ciudadanos. ¿Por qué ocurre esto?, ¿Por qué el consumidor se siente cada vez más frustrado y descontento? Las respuestas las podemos encontrar en las teorías planteadas en su día por dos teóricos del consumo: Scivor Scitovsky y A. Hirschman.

Según el economista americano Scitovsky, esta frustración tiene su origen en un deseo de probar experiencias variadas, de cambio y novedades contantes, ya que éstas son nuestras fuentes principales de satisfacción. Scitovsky distingue el placer como un elemento positivo, frente al confort como un elemento negativo. Según él, al placer siempre lo debe preceder la falta de confort, esto vendría a decir que para poder disfrutar del calor de una buena calefacción, hay que tener frio, igual que para disfrutar de una buena comida hay que tener hambre. Para él, el hombre es incapaz de vivir en un confort completo y gozar al mismo tiempo de un gran placer. Por lo tanto lo que se plantea es un conflicto entre el confort y el placer. Quizás de ahí procede la insatisfacción de mucha gente, que gozando de un nivel de confort alto, son incapaces de encontrar placer en nada, mucho menos en las pequeñas cosas de la vida como un paseo por el campo, una taza de café con un buen libro o un buen disco.

Yo creo que todos nos hemos dado cuenta ya de que las comodidades de las que gozamos hoy en día proporcionan satisfacción al principio, eso es innegable, luego ya es otra historia. La gran mayoría acaban cayendo en la rutina, pues es innegable que lo que se goza con regularidad se vuelve cada vez menos atractivo, es algo que ya damos por hecho y a lo que cada vez le prestamos menos atención. Ese coche que compramos flamante y que mantenemos limpito hasta que empezamos a cansarnos de él. Ya limpiarlo no es tan divertido, ¿verdad?, ahora es una molesta obligación. Y es que las cosas pesan, hay que dedicarles demasiado tiempo y es justamente lo que hoy en día no nos sobra: trabajo, casa, hijos, etc. 

¿Hay alguien que todavía no se haya dado cuenta de que vivimos en una sociedad donde se privilegia el confort material, donde se busca a toda costa el ahorro de tiempo y la eliminación de cualquier esfuerzo físico? Una sociedad donde aparecen nuevos hábitos que impulsan a los individuos a pasar de la búsqueda de placer a la evitación del sufrimiento.

Resulta también interesante la postura de Hirschman al respecto. Él pone el énfasis en la decepción como un elemento inherente al ser humano. Como ésta es inherente al ser humano y toda la serie de bienes materiales son incapaces de aportar las satisfacciones que se esperan de ellos, la experiencia consumista se convierte en el origen de multitud de desengaños. Para Hirschman, los bienes no duraderos como beber y comer aportan placeres intensos y son indefinidamente renovables mientras que los bienes duraderos son propensos a la decepción puesto que no causan placer más que en el momento en el que se adquieren, después se dan por sentado y no se piensa más en ellos; dejan de producir placer al poco de empezar a usarse.

Resumiendo, la adquisición de bienes duraderos deja tras de sí una estela de decepciones y frustraciones que bien podría cuadrar con el espíritu de esta época donde el individuo se siente decepcionado con la política, el trabajo, la pareja, los medios de comunicación, etc.   

lunes, 11 de junio de 2018

Otra manera de vivir

En este artículo, me gustaría presentaros a un personaje, del que después de leer su historia pensaréis que no está muy bien de la cabeza. Es lo que ocurre cuando no compartimos la forma de vida de ciertas personas, a las que las tachamos de excéntricos, locos, inmaduros, infantiles y una larga lista de adjetivos; simplemente porque su forma de vida, sus actitudes, sus aficiones o sus gustos no encajan dentro de lo que venimos a llamar “la norma”. Eso es lo que ocurre con Dag Aabye, un anciano nacido en Noruega de 76 años que vive en la zona montañosa de Vernon (Canada). La mayor parte del año vive en una caseta de jardín que él mismo se encargó de transportar montaña arriba hasta un lugar remoto en la montaña. Su hogar no tiene ni agua, ni electricidad ni mucho menos llega el servicio de telefonía. Se localiza, más o menos, a una hora a pie de la carretera más cercana y por un camino que solo él sabe cómo encontrar. Sube y baja regularmente durante la semana por este camino. Toma el transporte público para llegar hasta el pueblo donde carga su mochila con alimentos que cocinará al fuego de una hoguera.


Es uno de los participantes asiduos de lo que se conoce en Alberta (Canada) como la Carrera Mortal (Death Race). Una carrera de ultrafondo de 125 km por montaña y unos 5200 metros de desnivel positivo. Por lo que he podido leer, ya solo el hecho de terminar la carrera es una auténtica proeza, el hacerlo con 70 años es asombroso.

Dag es una persona bastante difícil de localizar. Su nombre no figura en ningún sitio, no tiene una dirección fija, ni teléfono móvil o dirección de correo. Lo curioso es que para alguien que vive aislado en la montaña, tiene bastantes amigos.

La periodista Charlotte Helston tras meses de búsqueda, consiguió hacerle una entrevista que se publicó en infonews.ca con el título “The Free Life – and Lives – of Dag Aabye”. Suele frecuentar el Roster Sports Club Bar and Grill, un bar situado en Vernon.

Son alrededor de unas 30 veces, según Dag, las que ha estado cerca de la muerte, una de ella en una avalancha que casi le cuesta la vida y que fue portada del periódico canadiense Vancouver Sun al día siguiente del suceso. Casi toda su vida ha estado buscando retos y siempre ha sido un “culo inquieto”.

1.88 metro de altura y delgado como una estaca, no le sobra ni un solo gramo de grasa. Un pelo blanco a la altura de la barbilla que el mismo suele contar.

Durante el invierno, se muda a un autobús escolar abandonado, pero en cuanto puede, regresa a su retiro en el bosque del Valle de Okanagan. Lleva años trabajando en ello, poco a poco llevando cosas y construyendo una red de caminos por donde entrenar. Vive como un auténtico rey, según él, con una pequeña pensión y sin los típicos gastos que conlleva un alquiler, coche, facturas de teléfono, luz y demás. Cuando la gente le pregunta cómo le va, el contesta que es el hombre más afortunado del mundo y que da gracias por tener tanto.

El sendero que conduce hasta su campamento cruza praderas y pasa cerca de un arroyo donde Dag recoge agua y lava la ropa.

No ha sido un “mindundi”, ni procede de un entorno pobre. En su juventud fue profesor de ski y en los 60 trabajó como actor de doblaje. Llego a compartir reparto con Sean Connery en la película de James Bond Goldfinger. Más tarde apareció en películas sobre ski. Fue considerado el padre del estilo libre en ski.

Dag sigue ignorando su edad e intentando alcanzar los límites de lo que es capaz. Dice que nunca visita al médico ya que nunca está enfermo: “Me niego a ser parte de un grupo de edad donde se supone que tú tienes que hacer cosas de acuerdo a tu edad. Sigo intentando descubrir dónde está mi límite.” Entrena a diario para la Death Race que se celebra anualmente en el mes de agosto en Alberta.

Apenas tiene posesiones, exceptuando fotos antiguas, recortes de periódico, cartas de sus hijos (tiene 3) y una pequeña colección de libros. Dice no sentirse solo en la montaña y estar siempre ocupado haciendo cosas. Se levanta a la 4:30 de la madrugada todos los días y pasa el resto del día corriendo, recogiendo leña, leyendo y limpiando los caminos por los que entrena:

“Te conviertes en una persona que disfruta de tu propia compañía”

Desde bien pequeño ha estado acostumbrado a vivir en la naturaleza. Nació en una granja en Sigdal (Noruega). Sus padres le permitían pasar la noche solo en una cabaña que poseían la familia cerca de su casa. Desde niño ha amado la libertad igual que la ama ahora:

“Una de las cosas más bonitas de la vida, uno de los dones más preciosos que tenemos es el tiempo. Veo mucha gente malgastando su tiempo. Hay una canción que dice  que la vida fluye como un río y que si pones algo en ella se lo lleva la corriente. Porque el tiempo no regresa. Me pregunto si la gente lo ve de esa manera.” 

Lo cierto es que no hay mucho que deprima a Dag. No ha vuelto a tener coche desde el día en que se lo robaron. Dio gracias al ladrón por haberle hecho el favor. Si quiere ir a algún sitio utiliza el transporte público: “Yo a los coches les llamo enormes sillas de ruedas”. Hace muchos años que no tiene televisión, prefiere sentarse a leer libros, correr por la montaña y pasar tiempo en la naturaleza.

Estoy convencido de que para mucha gente, la forma en la que vive este hombre es de no estar muy bien de la cabeza, aunque también estoy convencido de que para él la vida de mucha gente es una auténtica locura, no sólo para él, también para mí. Es de alguien loco ser un anciano y querer pasar el resto de tu vida corriendo por la montaña, pero es de cuerdos dar vueltas con el coche por el aparcamiento del centro comercial intentando encontrar sitio lo más cerca de la puerta o ver a todo el mundo en el metro con la cabeza pegada a sus móviles, para él eso no es vivir, es cautividad.

Parte de este artículo ha sido adaptado a partir del publicado por Chalotte Helston en infonews.ca con el título: “The free life – and lives – of Dag Aabye”.

Me gustaría saber cual es vuestra opinión sobre esta forma de vida. ¿Es un loco?, ¿un excéntrico? ¿No la compartís pero la respetáis?

Os dejo una pequeña película que se hizo sobre él y que esá disponible en YouTube. Está en inglés y que yo sepa no hay versión subtitulada. Para los que no tengais nivel de inglés como para entenderlo, al menos el video os dará una visión de como vive este personaje.