martes, 28 de mayo de 2019

Minimalismo: ¿moda o estilo de vida?


En este artículo os voy a hablar de un estilo de vida que por lo que estoy viendo en canales como YouTube, se ha convertido en toda una moda. Os hablo del minimalismo. Lo cierto es que simpatizo con el estilo de vida minimalista. Estoy de acuerdo en deshacerme de todo aquello superfluo en mi vida o que supone una carga y centrarme en lo básico, lo que me resulta verdaderamente útil y da sentido a mi vida. La cuestión es que en mis últimas incursiones en YouTube sobre este tema, siempre me encuentro al jovencito/jovencita viviendo en un apartamento pequeño, decorado en color blanco a la manera de una clínica dentista y con escasísimo mobiliario. Rara vez encontrarás videos presentados por personas que pasen de los 50, como si el minimalismo fuera un estilo de vida exclusivo de la gente joven. Siempre aparecen haciendo el obligado tour por su apartamento minimalista, donde nos muestran su armario minimalista equipado con escasas prendas y en su mayoría en color blanco, negro o gris. 


Los hay que han podido hacer del minimalismo su fuente de ingresos a partir de publicaciones de libros. Tenemos los ejemplos del japones Fumio Sasaki y su éxito de ventas “Goodbye Things” o los famosos americanos Joshua Fields Millburn y Ryan Nicodemus más conocidos como The Minimalists.

Quiero reiterar que estoy completamente a favor del minimalismo como estilo de vida. De hecho, muchos de los antiguos filósofos griegos a los que admiro llevaron estilos de vida minimalistas, por no hablar de los cínicos a los que podríamos equiparar hoy en día con los minimalistas extremos; aunque no creo que estos últimos lleguen a la suela de los zapatos de los primeros, que se limitaban a vivir con un burdo trozo de tela para cubrirse, un pequeño zurrón donde llevaban sus pertenencias y un bastón de peregrino.

Quizás tu idea no es la de convertirte al estilo de vida minimalista. Mucha gente encuentra seguridad en la posesión de cosas materiales. Es innegable que tenemos bastante más de lo que necesitamos. La cantidad de espacio que necesitamos en casa para almacenar tratos cada vez va en aumento. De hecho, ya han surgido empresas que se dedican al alquiler de espacios para que la gente almacene todos sus tratos; cada vez necesidad de más espacio, cada vez casas más grandes. 

Hace poco leí un estudio que afirmaba que la gente que tiene viviendas grandes, realmente pasa la mayor parte del tiempo en un par de estancias localizadas, que suelen ser la cocina, el comedor y las habitaciones. Realmente no necesitamos tanto espacio. 

Luego está la cuestión del mantenimiento. Hay que ocuparse de las cosas. Una casa grande puede estar bien, pero, ¿Quién se ocupa de limpiarla? Con las eternas jornadas de trabajo que tenemos no queda tiempo para dedicarlo a la limpieza de la casa y los fines de semana están para descansar y disfrutarlos, con lo que ahora, el que puede permitírselo, contrata una persona que se ocupe de la limpieza de la casa.

En conclusión, lo que he expuesto refleja el minimalismo como una moda, no como una filosofía integrada verdaderamente en las vidas de los gurús de turno que vemos en Youtube o Instagram. Y es que el pseudo minimalismo se ha convertido en una fuente de ingresos y fama para tales gurús. Al final, se reduce a aplicar el sentido común. ¿Realmente necesitas un gurú para decirte lo que puedes y no puedes tener para ser etiquetado como minimalista?, ¿y para qué quieres ser etiquetado así?

viernes, 17 de mayo de 2019

La espiral del deseo


¿Cuál es la razón para que no seamos felices? Vamos a empezar con un ejemplo. ¿Recuerdas aquel coche que tanto deseabas? ¿O aquel piso que querías comprar? La tradición filosófica afirma que el problema está en que no dejamos de desear. ¿Tú de verdad recuerdas algún momento en que no hayas deseado nada? Sé que la respuesta es no. Mientras tenemos el deseo de algo que nos falta, no podemos ser felices. ¿Tú eras feliz sin aquel coche o sin aquel piso o sin aquella novia que tanto deseabas? ¿Por qué esto es así? Básicamente, porque un deseo conlleva una carencia y esta conlleva a su vez sufrimiento. ¡Ay, cuánto sufriste por aquella chica del instituto!

Ser feliz no quiere decir que tenemos que tener todo lo que deseamos, aunque si un buena parte, quizás la mayor parte de lo que se desea. Si sólo deseamos lo que no tenemos, no somos felices en ningún momento. ¿Te acuerdas qué ilusión cuando te entregaron el piso o las llaves del coche? Sócrates decía que solo deseamos lo que no tenemos, lo que no somos o lo que nos falta, y esto lo creen las mujeres. Por ejemplo, la que tiene el pelo liso lo quiere tener rizado, la que está muy delgada quiere estar más rellenita. Aunque los hombres no se quedan atrás, ¿a cuántos has oído por los pasillos de la oficina que están buscando un trabajo mejor?



Ahora la cuestión es la siguiente: ¿Qué ocurre cuando un deseo es satisfecho? La repuesta es sencilla, según la filosofía clásica, se acaba con la carencia y por lo tanto, ya no hay deseo. ¿Te acuerdas cuando ya llevabas seis meses con la novia y ya no querías verla tanto? ¿O cuando ya el coche no te hacía ninguna ilusión? Y encima, tenías que lavarlo. En este momento, pasamos a tener ya lo que deseábamos y no podemos ser felices pues ya no hay deseo. Solo se desea lo que no se tiene. Por lo tanto, esto se resume en que o deseamos lo que no tenemos y sufrimos por la carencia o tenemos lo que tanto deseábamos y caemos en el aburrimiento o pasamos a desear otra cosa. Así que empezaste a querer un coche mejor o un piso más grande.  

Schopenhauer afirmaba que la vida del hombre oscila como un péndulo que se mueve del dolor al hastío. Sí, ya sé que suena muy solemne, es que Schopenhauer era así, no era la alegría la huerta el hombre. Decía que en un extremo está el deseo, que mientras no es satisfecho genera sufrimiento. Una vez se satisface, el péndulo se mueve al otro extremo donde experimenta el hastío al tener lo que desde ese instante se deseaba.

Ahora, ¿Realmente es todo tan negativo? Yo creo que no. No niego que Schopenhauer es uno de mis filósofos favoritos, y ya sé que estarás pensando “Seguramente el autor de este artículo no es la alegría de la huerta tampoco”. Reconozco que en algunos aspectos respira excesiva negatividad. Podemos experimentar placer y alegría con lo que ya tenemos, hacemos o somos porque es realmente lo que deseamos. Por ejemplo, el placer de escuchar música viene de desear estar haciendo lo que estamos haciendo: deseo hacer esto ahora y no deseo hacer otra cosa. Esta es la razón por la que podemos ser felices, y por lo que a veces lo somos: porque hacemos lo que deseamos; porque deseamos lo que hacemos. Si detestas tu trabajo y no deseas hacerlo, probablemente seas infeliz (y en ese saco estamos la mayoría). Aunque en este caso, el hecho de que tengas que hacer tu trabajo se puede tratar más bien de una obligación que de un deseo. No experimentas placer y alegría haciendo lo que haces, por lo tanto, dudo que experimentes felicidad. 

Hay una historia que quizás hayas oído. Una abuela le cuenta su nieta a grandes rasgos cuándo ella creía que iba a ser feliz: cuando se casara, luego pasó a cuando tuviera hijos, luego pasó a cuando tuvieran su propia vivienda, luego pasó a cuando hubieran pagado las deudas, y luego pasó a cuando tuvieran más dinero. Total, que la señora se había pasado casi toda la vida siendo infeliz por desear cosas que no tenía, así que le dijo a su nieta que el momento de ser feliz puede ser ahora.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Patrón de conducta tipo A


En la tradición popular nunca se ha dado mucho valor a la prisa. Hay unos cuantos dichos populares donde se puede apreciar esto. Sin embargo, la sociedad en la que vivimos actualmente entrona a la velocidad y a hacer el mayor número de cosas en el menor tiempo posible; el hombre o mujer orquesta que pueden hacer el mayor número de cosas en el menor tiempo posible.

Dentro de esta perspectiva se suelen agrupar diferentes tipos de personalidad. En este articulo, vamos a hablar de lo que se conoce como patrón de conducta tipo A y cuáles son sus características.

A finales de 1950, dos cardiólogos norteamericanos Friedman y Rosenman, publicaron varias investigaciones que establecían una clara relación entre determinados rasgos de personalidad con una mayor incidencia de cardiopatía isquémica o la posibilidad de tener un infarto o una angina de pecho. En 1974 se publicó un trabajo suyo con un título que vendría a traducirse algo así como: Patrón de conducta Tipo A y su Corazón. En él, se describían diferentes tipos de personalidad relacionados con factores de riesgo coronario. Según cuentan en su estudio, el inicio de su investigación surgió de la observación de una experiencia curiosa de la vida cotidiana. Al querer remodelar la sala de espera de su consulta, cuando se pusieron a tapizar las sillas se dieron cuenta de que solo estaban gastadas por la parte de delante. Es decir, sus pacientes únicamente se sentaban en el extremo de las sillas; como si estuvieran a punto de echar a correr. 

 
Las personas con un patrón de conducta tipo A, presentan alguno de los siguientes rasgos:
  • Suelen ser personas muy productivas y tienen una gran preocupación por realizar tareas compulsivamente, ya que la inactividad y el reposo les frustra. Parece que estén en una carrera permanente contra el reloj ante la presión por la falta de tiempo
  • Suele ser gente que se mueve y camina deprisa y destaca la imperiosa sensación de urgencia que invade el ámbito de su actividad personal. Su vida cotidiana, la que no guarda relación con el trabajo, resulta apresurada hasta en los mínimos detalles
  • Son incapaces de renunciar a realizar tareas que puedan aumentar el repertorio, y por tanto, su mérito. Prestan más atención al resultado cuantitativo, que a la satisfacción derivada de la realización de la labor bien hecha
  • Hallan siempre motivos para posponer sus vacaciones, alargar la jornada laboral o para llevarse trabajo a casa. Son incapaces de gozar del tiempo libre y de los seres queridos
  • Suelen comer deprisa
  • Tienden a dormir poco
  • Hablan agitadamente y tiene dificultad para mantener la atención centrada en cualquier tema o mensaje que se les dirija. Hablan deprisa e interrumpen a sus interlocutores. Más bien imponen que exponen su propio punto de vista
  • Suelen ir al grano y dan pocos rodeos
  • Se plantean logros continuos
  • Tienen tendencia al perfeccionismo en todo lo que hacen, tanto dentro del trabajo como en su tiempo libre
  • Manifiestan una competitividad extrema
  • Tiene tendencia a ser controladores
  • Responden con hostilidad y agresividad cuando el ritmo que ellos estiman oportuno se ve detenido. La impaciencia promueve habitualmente agresividad hacia quien la suscita, y como puede surgir ante innumerables circunstancias domésticas, urbanas, laborales o en su relación social, esta gente confiesan sentirse permanentemente en lucha frente al entorno
  • Son poco dados a la violencia física con lo que expresan su agresividad por medio de: desvirtuar los logros ajenos, minan la fiabilidad de los logros de los demás, disminuir los esfuerzos de los otros, desacreditar sus ideas
  • Son muy exhaustivos y metódicos, por lo que se convierten en jefes "toca pelotas" y fastidiosos. Les gusta la tarea como ellos quieren que se haga, es decir, exactamente según el ideal de su criterio perfeccionista. Suelen ser intolerantes antes los errores y se les suele ver como controladores
  • Son incapaces de delegar tareas y funciones

Seguro que muchos de vosotros tenéis o habéis tenido una persona así a vuestro lado. Da la sensación de que la actividad frenética es su mecanismo de defensa para no afrontar sus conflictos y viven en un estado continuo de lucha ante el entorno al que consideran amenazante. 

Por otro lado, están las personas con patrón de conducta B se caracterizan por ser la imagen opuesta de las de patrón de conducta A. Son personas tranquilas, serenas, con poca actividad y escasa agresividad, así como con bajos niveles de ambición y al mismo tiempo, no pierden eficacia en las relaciones humanas y profesionales. 

Las personas con un patrón de conducta tipo A tienen una probabilidad dos o tres veces mayor que las de tipo B de padecer un ataque cardiaco, así como un alto riesgo de sufrir otro tipo de enfermedades como las psicosomáticas, cardiovasculares y ansiedad. 

domingo, 16 de septiembre de 2018

Una vida de apariencias

Esta vez voy a hablar de la película “La gran belleza”.

Reparto: Toni Servillo, Carlo Verdone, Sabrina Ferilli, Serena Grandi, Galatea Ranzi, Isabella Ferrari, Giulia Di Quilio, Luca Marinelli, Giorgio Pasotti, Massimo Popolizio.
Director: Paolo Sorrentino.
Fecha y nacionalidad: 2013, Italia.



No soy una gran entendida del cine, pero, como me pasa con el vino, sé cuando algo es bueno.
Al empezar la película, creía que estaba viendo una obra independiente y bastante abstracta, basada sobre todo en lo visual. Si te muestran al empezar imágenes muy bellas, y una música evocadora, en las que no sucede “nada”, ¿qué piensas? Yo pensé “Sí, muy bonito, aunque es el tipo de película de culto que mostrarían en una exposición de arte abstracto, tiene pinta de que esta película no va a tener mucha sustancia”, pero cuando empezó a mostrarse la historia, quedé hipnotizada, porque a pesar de mantener una fotografía y unos planos excelentes, ese personaje protagonista, Jep Gambardella, prometía contar una historia común desde un punto de vista inolvidable. Me olvidé de que había habido un guionista, un director, actores, iluminadores, etc. para crear la película, los mismos personajes me estaban contando la historia en vivo y en directo. Esa es la magia del buen cine.

Argumento: Jep Gambardella es un periodista y escritor que vive en Roma y que sólo ha escrito un libro, “El aparato humano”, que fue un gran éxito, y que no ha vuelto a escribir ningún otro. Es un dandi, que dedica casi toda su vida a fiestas, placeres físicos y lujos. Ha alcanzado el éxito económico y mucho poder, aunque al contrario de la gran mayoría de las personas de las que está rodeado, él es consciente de que tiene una vida sin sentido. El tema central de esta película es la falta del sentido de vida del protagonista, adentrándose en la complejidad de los rasgos humanos que podemos utilizar para dar sentido a la vida o para no hacerlo.

Lo mismo, al leer el argumento has pensado “bueno, ya se han hecho muchas pelis sobre eso, no es nada nuevo”, si no la has visto y has pensado esto, te recomiendo que la veas, y comentes qué te ha parecido después. Tengo que hacer una aviso para navegantes: voy destripar la peli, lo que ahora se llama “spoiler”, así que no sigas leyendo hasta después de verla si no la has visto y quieres hacerlo.

Para el resto, sigo contando:

En mi opinión, esta película es una verdadera obra maestra, no sólo, como ya he dicho, por la belleza de las imágenes y la excelente fotografía, sino sobre todo, por cómo el director es capaz de plasmar las excusas que muchas veces nos ponemos para no superarnos a nosotros mismos debido al miedo de qué vendrá después, de cómo conseguirlo y a la posibilidad del fracaso después de intentarlo. ¿Te suena esto? A mí, un montón. Ni el Conde Draco, el de Barrio Sésamo, que no se cansaba de contar, podría hacerlo con las veces que me he quedado paralizada por estos motivos.

Paolo Sorrentino consigue plasmar esto a través de un hombre que ha cumplido los 65 años, Jep Gambardella, después de haber conseguido éxito económico y poder, rodeado por iguales en cuanto a clase económica y con similar estilo de vida vacía, sin sentido, pero al contrario que la gran mayoría de las personas que le rodean, él es consciente de que su vida está vacía. Intenta tapar ese vacío con fiestas, sexo sólo por placer y lujos materiales, resignándose a su vida superficial, pero esa sensación sobresale por encima de todo, no puede taparla con nada.

Lo mismo alguno piensa “joer, qué guay, teniendo mucho dinero, mucho tiempo y con fiestas a diestro y siniestro, ¿para qué se va a plantear uno el sentido de la vida?, a disfrutar y ya está”, si es tu caso, imagínate un día en el que no haces nada relevante para ti, bueno, eso está bien de vez en cuando, ahora imagínate otro más después de ese, y otro, y otro, y otro, y otro, y así consecutivamente hasta llegar a 1.000 días seguidos, y recuerda, con mucho tiempo libre, en el que aunque no quieras, llegarán a tu mente las reflexiones sobre qué estás haciendo con tu vida; eso es un infierno.

Jep llega a plantearse un cambio de vida, dotándola de sentido, porque sabe que no está siendo él mismo, sino que tan sólo está interpretando un personaje que ha llegado a ser sin saber muy bien cómo, para ello, intenta recurrir a la espiritualidad, pero cuando intenta hablar con un cardenal sobre el sentido de la vida, se vuelve a encontrar con la misma superficialidad de su mundo, es más, encuentra que hasta personajes muy conocidos de la Iglesia católica forman parte de su mundo superficial y que al igual que él, sólo interpretan un personaje. El tal cardenal sólo estaba interesado en acaparar la atención y el único modo que sabía de hacerlo era hablar sobre recetas de cocina, porque a nadie le interesaba hablar ni de religión ni de espiritualidad, ni siquiera a él mismo. Sor María entra en escena, un personaje verdaderamente espiritual, pero el círculo de personas que rodea al protagonista, intenta disfrazarla de superficialidad, sin valorar lo verdaderamente importante.

El protagonista conoce a Ramona, un personaje extraño y misterioso, una mujer mucho más joven que él que le despierta la curiosidad, se interesa por ella no sólo como un cuerpo o placer físico, parece que estando con ella vuelve vagamente a inspirarse, pero muere al poco tiempo.  El tema de la muerte es recurrente en la película, en la que dos personas muy jóvenes y bellas físicamente mueren; ni si quiera su aun corta edad ni su belleza física evitaron su muerte; nada puede evitar la muerte en algún punto de la vida.

Jep sabe que para despojarse del personaje que interpreta, tiene que dar “un salto al vacío”, despojarse de esa vida y crearse de nuevo, pero no se atreve a dar ese salto y se resigna a la vida que tiene. Romano, un amigo suyo, dramaturgo fracasado, es el único personaje que se atreve a dar ese salto después de décadas intentando llegar a tener “éxito”. Parece un personaje alternativo a Jep, el personaje que él mismo podría haber llegado a ser si no hubiese tenido “éxito” y no hubiera alcanzado poder. Romano no tiene casi nada que perder dando ese salto, al contrario que él, cuyo estilo de vida parece estar sostenido por una estructura superficial, que se mantiene casi por inercia, y de la que carece Romano. ¿Quién sería él y cómo sería su vida sin esa estructura que ya ni se esfuerza en mantener? Tiene curiosidad por saberlo, pero tiene mucho miedo a dar el “salto” y descubrir que en el fondo ya no hay nada, que sigue “sin ser nadie”, porque todos esos años de vida superficial le han vaciado de sentido para siempre, siendo incapaz de encontrar el camino hacia una vida con sentido.

Parece muy evidente que tanto el argumento como el personaje de “La gran belleza” están basados en la película “La dolce vita”, es más, podría ser una continuación de qué le habría pasado a Marcello Rubini (el protagonista de “La dolce vita”) unos 40 años más tarde. También Marcello Rubini llega a plantearse un cambio de estilo de vida, pero lo descarta cuando el personaje que simboliza la vida ordenada, espiritual y profunda se suicida y mata a sus dos hijos; Marcello cree que lo hizo porque tenía miedo de él mismo.

A los que no habéis visto la película y tenéis interés en verla: a pesar de haber desoído mi recomendación de no seguir leyendo, habéis podido comprobar que sólo la he destripado un poquito, y estoy casi segura de que ahora tenéis más curiosidad, pues, ¡a alquilarla!, en algún video club, físico (que ya quedan muy poquitos) u online.

A lo largo de mi vida profesional, he conocido a varios hombres que tenían ingresos altísimos y eran infelices porque vivían de forma superficial. La vida sin un sentido claro, es vivir de puntillas. Si no tienes claro tu sentido de vida, busca cuáles tus valores, cómo vivirlos y actúa, entonces entrarás en una nueva dimensión, que nada, pero absolutamente nada, puede comprar.


lunes, 10 de septiembre de 2018

¿Hijos?, no, prefiero el plan B

Miedo me da presentar el siguiente artículo, porque es un tema que levanta ampollas y no sé porqué, cada unos tenemos libertad de querer vivir la vida a nuestra manera. El tema que os presento en este artículo, es: hasta qué punto compensa hoy en día tener hijos.

En una reunión de personas con idea de tener hijos o que ya los tienen, el declarar abiertamente que uno no tiene intención de tener ningún hijo genera todo tipo de opiniones: que si eres un egoísta, que si no quieres responsabilidades, que vaya cómodo estás hecho, etc.


En el caso de este artículo, voy a presentaros un pasaje del libro “Amor Líquido”, donde el  sociólogo, filósofo y ensayista polaco Zygmunt Bauman (lamentablemente murió el año pasado), habla de los inconvenientes que hoy en día tiene el tener hijos. Ahora, muchos de vosotros podéis pensar: “seguro que este tío no tuvo hijos”. Pues los tuvo, tres hijas:

En nuestra época, los hijos son, ante todo y fundamentalmente, un objeto de consumo emocional.
Los objetos de consumo sirven para satisfacer una necesidad, un deseo o las ganas del consumidor. Los hijos también. Los hijos son deseados por las alegrías del placer paternal que se espera que brinden, un tipo de alegría que ningún otro objeto de consumo, por ingenioso y sofisticado que sea, puede ofrecer. Para desconsuelo de los practicantes del consumo, el mercado de bienes y servicios no es capaz de ofrecer sustitutos válidos, si bien ese desconsuelo se ve al menos compensado por la incesante expansión que el mundo del comercio gana con la producción y mantenimiento de los hijos en sí.


Los hijos son una de las compras mas onerosas que un consumidor promedio puede permitirse en el transcurso de toda su vida. En términos puramente monetarios, los hijos cuestan más que un lujoso automóvil último modelo, un crucero alrededor del mundo e, incluso, más que una mansión de la que uno pueda jactarse. Lo que es peor, el costo total probablemente aumente a lo largo de los años y su alcance no puede ser fijado de antemano ni estimado con el menor grado de certeza. En un mundo que ya no es capaz de ofrecer caminos profesionales confiables ni empleos fijos, con gente que salta de un proyecto a otro y se gana la vida a medida que va cambiando, firmar una hipoteca con cuotas de valor desconocido y a perpetuidad implica exponerse a un nivel de riesgo atípicamente elevado y a una prolífica fuente de miedos y ansiedades. Uno tiende a pensarlo dos veces antes de firmar, y cuanto más se piensa, más evidentes se hacen los riesgo que implica, y no hay deliberación interna ni indagación espiritual que logre disipar esa sombra de duda que está condenada a contaminar cualquier alegría futura. Por otra parte, en nuestros tiempos, tener hijos es una decisión, y no un accidente, circunstancia que suma ansiedad a la situación. 

Tener o no tener hijos es probablemente la decisión con más consecuencias y de mayor alcance que pueda existir, y por lo tanto es la situación más estresante y generadora de tensiones a la que uno puede enfrentarse en el transcurso de su vida. Es más, no todos los costos son económicos, y aquellos que no lo son directamente no pueden ser evaluados o calculados en absoluto. Ponen en jaque todas las capacidades en inclinaciones de esta especie de operadores racionales que estamos entrenados para ser y nos esforzamos por ser. “Armar un familia” es como arrojarse de cabeza en aguas inexploradas de profundidad impredecible. Tener que renunciar o posponer otros seductores placeres consumibles de un atractivo aún no experimentado, un sacrifico en franca contradicción con los hábitos de un prudente consumidor, no es su única consecuencia posible.

Tener hijos implica sopesar el bienestar de otro, más débil y dependiente, implica ir en contra de la propia comodidad. La autonomía de nuestras propias preferencias se ve comprometida una y otra vez, años tras año, diariamente. Uno podría volverse, horror de los horrores, alguien “dependiente”. Tener hijos puede significar tener que reducir nuestras ambiciones profesionales, “sacrificar nuestra carrera”, ya que los encargados de juzgar nuestro rendimiento profesional nos mirarían con recelo ante el menor signo de lealtades divididas. Lo que es más doloroso aún, tener hijos implica aceptar esa dependencia de lealtades divididas por un periodo de tiempo indefinido, y comprometerse irrevocablemente y con final abierto sin cláusula de “hasta nuevo aviso”, un tipo de obligación que va en contra del germen mismo de la moderna política de vida líquida y que la mayoría de las personas evitan celosamente en todo otro aspecto de sus vidas. Despertar a ese compromiso puede ser una experiencia traumática. La depresión posnatal y las crisis maritales (o de pareja) posparto parecen ser dolencias modernas específicas, así como la anorexia, la bulimia e innumerables formas de alergia.
 
No sé si comulgar con la opinión del autor de que los hijos son un objeto de consumo emocional, lo cierto es que se ven muchos casos en lo que los hijos están para satisfacer una necesidad psicológica de los padres que superficialmente ignoramos, pero que si rascamos acaba saliendo a la superficie; una especie de relación enfermiza, una compulsión a estar constantemente pendientes de las necesidades de los hijos, de que no sufran, de que no sean infelices, de que no les falte de nada, de que tengan más que otros niños y mejor.

Tampoco estoy de acuerdo con el autor en que los hijos cuesten más que un lujoso automóvil, un crucero alrededor del mundo e, incluso más que una mansión. Claro si queremos que el chaval cuando aprende a montar en bici lleve una bicicleta de la caras, que cuando sea un adolescente y vaya de compras, compre solo ropa de marca y luego cuando se saque el carnet de conducir el chaval tenga que llevar su Mini Cooper, en ese caso, por supuesto que el nene nos puede salir más caro que una mansión de lujo, pero de esto toda la culpa la tienen los padres.

Cierto que hay que renunciar o posponer otros placeres consumibles, así como renunciar a la propia comodidad y a nuestras ambiciones profesionales, pero para muchos la renuncia compensa. Como dice el autor, ese compromiso puede ser una experiencia traumática, que a muchas lleva a la depresión posnatal y al comienzo de la crisis de pareja.

Mi conclusión es que si una pareja decide no tener hijos, que no se creen conflictos psicológicos innecesarios y que acepten que pueden ser felices sin necesidad de tener hijos. Ninguna de las dos opciones es mejor que la otra, para algunas parejas es mejor opción tenerlos, para otras no. Ambas posturas son respetables. Afortunadamente en los países de occidente podemos elegir.  




lunes, 13 de agosto de 2018

No soy un hombre




Don Juan
Picaresco
Camiseta de macarra
Con mano fria
Hombre de hielo
Cabernícola beligerante
Bien, si es eso lo que hace falta para describir a un hombre
No soy un hombre

Chanchullero
Moviendo los hilos
Casanova
Macarrones con carne
Ah, pero yo solo

Bien, si es eso lo que hace falta para describir a un hombre
No soy un hombre

No soy un hombre
Soy algo mucho más grande y mejor que un hombre
Listillo sabelotodo
Adicto al trabajo
Insensible
Agresivo
Hombre, !OLE¡
Bien, si estos son los adjetivos que utilizas para describir a un hombre
Tiemblo
!Mírame¡, estoy temblando
Verdadero valor, genuino
Loco asesino
Muy masculino por tu parte
Eres el soldado que no llegará a viejo
Eres el psicópata que firmó para alistarse
Engulle, zámpate un buen chuletón de buey, engulle
Cancer de próstata
Maneras de sentarse y maneras de estar de pie
No soy un hombre
No soy un hombre
No soy un enorme jugador de hockey como un armario riendo
No soy un hombre
Nunca mataría o me comería un animal
Y nunca destrozaría este planeta en el que vivo
Bien, ¿Qué me dices?, ¿Soy un hombre?


domingo, 12 de agosto de 2018

Los dinosaurios en la empresa

No sé si necesitamos más pruebas para darnos cuenta de que en la sociedad actual, no digo la de otros países; pero al menos la española, tiene muchos prejuicios contra la edad. Ese prejuicio e indiferencia hacia la experiencia laboral de una persona, se ve claramente en el entorno laboral. Las empresa, sean grandes o pequeñas, tratan a la gente de cierta edad como reacios a asumir riesgos y a la flexibilidad. En el entorno de muchas empresas, la gente ya madura puede sentir que se van erosionando poco a poco dentro de la empresa.

Muchos nos vamos dando cuenta de la edad que ya tenemos, pero no solo la edad biológica sino también la social. Por mucho que intentemos modificar nuestro aspecto, por muchos tatuajes que nos pongamos para sentirnos más jóvenes, más a la moda, más cool, la edad está ahí; socialmente en muchos aspectos, uno está fuera de juego.

En el entorno laboral, los trabajadores de más edad abandonan el barco mucho antes de estar mentalmente o físicamente incapacitados, por no hablar de los que llegan a la cincuentena en peores condiciones que los que están a punto de jubilarse.


En el siglo XIX, se prefería la mano de obra joven, simplemente porque era barata. Los jóvenes trabajaban por unos salarios bastante más bajos que los de los adultos. Esta situación no ha cambiado y la relación entre juventud y salario bajo está al orden del día. Pero el salario bajo no es el único de los atractivos que atrae a los empresarios. La empresa está convencida de que los trabajadores ya con muchos años a sus espaldas tienen modos de pensar inflexibles y son reacios al riesgo, además de carecer de la energía física, brío y empuje necesario para hacer frente a las exigencias de la empresa. En muchas profesiones, después de cierta edad, se puede decir que estás muerto. Muchos empresarios piensan que si tienes más de cincuenta, laboralmente estás acabado, independientemente de toda la experiencia laboral que hayas acumulado a tus espaldas.

La flexibilidad en el entorno laboral es sinónimo de juventud, mientras que la rigidez es sinónimo de vejez. En muchas empresas, el binomio edad-rigidez explica muchas de las presiones que las empresas ejercen sobre sus ejecutivos para que se retiren cuanto antes. Por otro lado, la gente con más años y experiencia a sus espaldas, tienden a ser más críticos con sus superiores, que los que están empezando; están más dispuestos a criticar las decisiones tomadas; vamos, que no se muerden la lengua. Los jóvenes toleran más las decisiones y si no les gustan, se marchan; no están dispuestos a pelear dentro de la empresa ni tampoco por ella. Para los estrategas de la empresa, la flexibilidad de los jóvenes les hace más maleables en términos de riesgo y sumisión.

Muchos trabajadores mayores están hasta las mismísimas pelotas de aguantar tonterías años y años (me incluyo yo en este grupo), pero son demasiado mayores para mover el culo y conseguir trabajo en otro sitio. Trabajo en una gran empresa y doy fe de ello. Muchos de estos trabajadores ya son cadáveres laborales con formación obsoleta que no tendrían un hueco en el mercado laboral actual.
Si hablamos de un campo como el de la informática y las telecomunicaciones, los conocimientos adquiridos hace una década no sirven para nada y muchos ya son demasiado viejos para reciclarse y volver a empezar.

En la empresa, los trabajadores mayores se quedan, los jóvenes que pueden se marchan en cuanto se les presenta una oportunidad; la lealtad a la empresa se la trae floja.

El paso del tiempo nos da miedo. Toda la experiencia que hemos acumulado, la vemos como algo ya pasado de moda y esta visión lo único que hace es poner en peligro la valoración que tenemos de nosotros mismos.