martes, 3 de julio de 2018

La decepción del consumo

La sociedad materialista en la que vivimos no ha dejado nunca de ser criticada por la gran mayoría de los intelectuales. Ya en su día, Rousseau acusaba al lujo y las comodidades de la vida de corromper las costumbres y virtudes del ser humano. Desde la antigüedad los grandes pensadores han expresado su descontento con una cultura vulgar que se dedica a hacer triunfar las pasiones más mediocres. Estos pensadores han calificado el capitalismo del consumo como el opio del pueblo, como una máquina que no deja de crear falsas necesidades (necesitas tener el último modelo de móvil de la manzanita para pertenecer al grupo de los exclusivos) así como soledad y pasividad por tener que consumir ciertos productos para no estar fuera del grupo.  Si eres una persona adulta y no tienes coche, simplemente porque no lo necesitas, ya se te mira raro y se te hace todo tipo de preguntas. La gente no entiende que no lo necesites. Piensan que no puedes permitírtelo y si te lo puedes permitir y no lo tienes, algo no les cuadra.


La sociedad de la opulencia es incapaz de contentar al ser humano. Promete un paraíso de goces, pero el materialismo no deja de crear frustraciones y decepciones en la inmensa mayoría. Opulencia material frente a un déficit de felicidad, ¿Quién no ha visto al típico jefe con mucha pasta y amargado? Cada vez se consume más pero se vive menos, cuanto más se desatan los apetitos consumistas, más aumenta las insatisfacciones de la gente. El nivel de vida se eleva pero viendo como está la gente hoy en día, en lugar de ver alegría y entusiasmo,  se ve más bien insatisfacción en la mayoría de los ciudadanos. ¿Por qué ocurre esto?, ¿Por qué el consumidor se siente cada vez más frustrado y descontento? Las respuestas las podemos encontrar en las teorías planteadas en su día por dos teóricos del consumo: Scivor Scitovsky y A. Hirschman.

Según el economista americano Scitovsky, esta frustración tiene su origen en un deseo de probar experiencias variadas, de cambio y novedades contantes, ya que éstas son nuestras fuentes principales de satisfacción. Scitovsky distingue el placer como un elemento positivo, frente al confort como un elemento negativo. Según él, al placer siempre lo debe preceder la falta de confort, esto vendría a decir que para poder disfrutar del calor de una buena calefacción, hay que tener frio, igual que para disfrutar de una buena comida hay que tener hambre. Para él, el hombre es incapaz de vivir en un confort completo y gozar al mismo tiempo de un gran placer. Por lo tanto lo que se plantea es un conflicto entre el confort y el placer. Quizás de ahí procede la insatisfacción de mucha gente, que gozando de un nivel de confort alto, son incapaces de encontrar placer en nada, mucho menos en las pequeñas cosas de la vida como un paseo por el campo, una taza de café con un buen libro o un buen disco.

Yo creo que todos nos hemos dado cuenta ya de que las comodidades de las que gozamos hoy en día proporcionan satisfacción al principio, eso es innegable, luego ya es otra historia. La gran mayoría acaban cayendo en la rutina, pues es innegable que lo que se goza con regularidad se vuelve cada vez menos atractivo, es algo que ya damos por hecho y a lo que cada vez le prestamos menos atención. Ese coche que compramos flamante y que mantenemos limpito hasta que empezamos a cansarnos de él. Ya limpiarlo no es tan divertido, ¿verdad?, ahora es una molesta obligación. Y es que las cosas pesan, hay que dedicarles demasiado tiempo y es justamente lo que hoy en día no nos sobra: trabajo, casa, hijos, etc. 

¿Hay alguien que todavía no se haya dado cuenta de que vivimos en una sociedad donde se privilegia el confort material, donde se busca a toda costa el ahorro de tiempo y la eliminación de cualquier esfuerzo físico? Una sociedad donde aparecen nuevos hábitos que impulsan a los individuos a pasar de la búsqueda de placer a la evitación del sufrimiento.

Resulta también interesante la postura de Hirschman al respecto. Él pone el énfasis en la decepción como un elemento inherente al ser humano. Como ésta es inherente al ser humano y toda la serie de bienes materiales son incapaces de aportar las satisfacciones que se esperan de ellos, la experiencia consumista se convierte en el origen de multitud de desengaños. Para Hirschman, los bienes no duraderos como beber y comer aportan placeres intensos y son indefinidamente renovables mientras que los bienes duraderos son propensos a la decepción puesto que no causan placer más que en el momento en el que se adquieren, después se dan por sentado y no se piensa más en ellos; dejan de producir placer al poco de empezar a usarse.

Resumiendo, la adquisición de bienes duraderos deja tras de sí una estela de decepciones y frustraciones que bien podría cuadrar con el espíritu de esta época donde el individuo se siente decepcionado con la política, el trabajo, la pareja, los medios de comunicación, etc.   

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