lunes, 13 de agosto de 2018

No soy un hombre




Don Juan
Picaresco
Camiseta de macarra
Con mano fria
Hombre de hielo
Cabernícola beligerante
Bien, si es eso lo que hace falta para describir a un hombre
No soy un hombre

Chanchullero
Moviendo los hilos
Casanova
Macarrones con carne
Ah, pero yo solo

Bien, si es eso lo que hace falta para describir a un hombre
No soy un hombre

No soy un hombre
Soy algo mucho más grande y mejor que un hombre
Listillo sabelotodo
Adicto al trabajo
Insensible
Agresivo
Hombre, !OLE¡
Bien, si estos son los adjetivos que utilizas para describir a un hombre
Tiemblo
!Mírame¡, estoy temblando
Verdadero valor, genuino
Loco asesino
Muy masculino por tu parte
Eres el soldado que no llegará a viejo
Eres el psicópata que firmó para alistarse
Engulle, zámpate un buen chuletón de buey, engulle
Cancer de próstata
Maneras de sentarse y maneras de estar de pie
No soy un hombre
No soy un hombre
No soy un enorme jugador de hockey como un armario riendo
No soy un hombre
Nunca mataría o me comería un animal
Y nunca destrozaría este planeta en el que vivo
Bien, ¿Qué me dices?, ¿Soy un hombre?


domingo, 12 de agosto de 2018

Los dinosaurios en la empresa

No sé si necesitamos más pruebas para darnos cuenta de que en la sociedad actual, no digo la de otros países; pero al menos la española, tiene muchos prejuicios contra la edad. Ese prejuicio e indiferencia hacia la experiencia laboral de una persona, se ve claramente en el entorno laboral. Las empresa, sean grandes o pequeñas, tratan a la gente de cierta edad como reacios a asumir riesgos y a la flexibilidad. En el entorno de muchas empresas, la gente ya madura puede sentir que se van erosionando poco a poco dentro de la empresa.

Muchos nos vamos dando cuenta de la edad que ya tenemos, pero no solo la edad biológica sino también la social. Por mucho que intentemos modificar nuestro aspecto, por muchos tatuajes que nos pongamos para sentirnos más jóvenes, más a la moda, más cool, la edad está ahí; socialmente en muchos aspectos, uno está fuera de juego.

En el entorno laboral, los trabajadores de más edad abandonan el barco mucho antes de estar mentalmente o físicamente incapacitados, por no hablar de los que llegan a la cincuentena en peores condiciones que los que están a punto de jubilarse.


En el siglo XIX, se prefería la mano de obra joven, simplemente porque era barata. Los jóvenes trabajaban por unos salarios bastante más bajos que los de los adultos. Esta situación no ha cambiado y la relación entre juventud y salario bajo está al orden del día. Pero el salario bajo no es el único de los atractivos que atrae a los empresarios. La empresa está convencida de que los trabajadores ya con muchos años a sus espaldas tienen modos de pensar inflexibles y son reacios al riesgo, además de carecer de la energía física, brío y empuje necesario para hacer frente a las exigencias de la empresa. En muchas profesiones, después de cierta edad, se puede decir que estás muerto. Muchos empresarios piensan que si tienes más de cincuenta, laboralmente estás acabado, independientemente de toda la experiencia laboral que hayas acumulado a tus espaldas.

La flexibilidad en el entorno laboral es sinónimo de juventud, mientras que la rigidez es sinónimo de vejez. En muchas empresas, el binomio edad-rigidez explica muchas de las presiones que las empresas ejercen sobre sus ejecutivos para que se retiren cuanto antes. Por otro lado, la gente con más años y experiencia a sus espaldas, tienden a ser más críticos con sus superiores, que los que están empezando; están más dispuestos a criticar las decisiones tomadas; vamos, que no se muerden la lengua. Los jóvenes toleran más las decisiones y si no les gustan, se marchan; no están dispuestos a pelear dentro de la empresa ni tampoco por ella. Para los estrategas de la empresa, la flexibilidad de los jóvenes les hace más maleables en términos de riesgo y sumisión.

Muchos trabajadores mayores están hasta las mismísimas pelotas de aguantar tonterías años y años (me incluyo yo en este grupo), pero son demasiado mayores para mover el culo y conseguir trabajo en otro sitio. Trabajo en una gran empresa y doy fe de ello. Muchos de estos trabajadores ya son cadáveres laborales con formación obsoleta que no tendrían un hueco en el mercado laboral actual.
Si hablamos de un campo como el de la informática y las telecomunicaciones, los conocimientos adquiridos hace una década no sirven para nada y muchos ya son demasiado viejos para reciclarse y volver a empezar.

En la empresa, los trabajadores mayores se quedan, los jóvenes que pueden se marchan en cuanto se les presenta una oportunidad; la lealtad a la empresa se la trae floja.

El paso del tiempo nos da miedo. Toda la experiencia que hemos acumulado, la vemos como algo ya pasado de moda y esta visión lo único que hace es poner en peligro la valoración que tenemos de nosotros mismos.

miércoles, 1 de agosto de 2018

Consumo, luego existo

Soy yo el único que piensa cuando pisa un centro comercial: “¿Qué narices hacen estas familias con los niños aquí encerrados?”. Y es que ya desde pequeñitos se enseña a los niños que el consumo en sí es ocio y que sin consumo no puede haber ocio.

En 1899 un señor llamado Thorstein Veblen escribió su obra: La Teoría de la Clase Ociosa. Ya en esa fecha se podía apreciar en la sociedad de aquella época, la unión que existía entre el ocio y el consumo. Para este señor, el ocio ya no era algo propio de la nobleza o la aristocracia. La burguesía queriendo imitar a los que tenían pasta, lo hacía a través del consumo como fuente de ocio.

El autor distinguía el consumo a través del que la burguesía del siglo XIX imitaba a la antigua nobleza, del consumo ostentoso, en el que el ocio se identifica con el consumo de artículos de lujo u objetos inútiles y cuyo valor se mide por el precio que se ha pagado por ellos. En este nivel, el burgués no consume sino para demostrar a los demás su nueva condición, esto es algo que sigue sin pasar desapercibido hoy en día solo que ahora se ha democratizado el consumo y cualquier currito cobrando un sueldo mediocre puede aspirar a conducir un BMW. A partir de ese momento el ocio se constituyó como un símbolo de clase, un medio para intentar conseguir más estima; ser socialmente más válido o no ser menos que los demás.

El ocio se asociará al consumo y el tiempo libre que no implique gastos será considerado como perjudicial para el mercado y el que no lo lleva a cabo un “pringao”.  ¿Quién se reúne con los amigos para dar un paseo y charlar sin más? Pues no, quedamos en centro comerciales para ir de compras, en bares, cines, etc. El ocio se convierte en tiempo libre al servicio de la producción.

 
De las ochenta horas que se trabajaba al inicio de la revolución industrial, hemos pasado a las cuarenta horas de media actualmente y me quedo corto y ya puedes esperar sentado que te paguen las horas extra... Fue con esta reducción de la jornada que muchos empezaron a ver el fin del trabajo y el triunfo de la sociedad del ocio. Viendo como están las cosas en el siglo en que vivimos, no veo muy claro que la sociedad del futuro sea una sociedad con menos trabajo. Es innegable que cada día hay más tecnología que sustituye al trabajo humano, pero no consigo imaginar una sociedad donde la gente no trabaje y lo único que prime sea el ocio y la desocupación.

¿Quién es tan miope como para no darse cuenta de que lo que nos falta hoy en día es tiempo libre y lo que nos sobra es curro? ¿Cuáles pueden ser las causas?  Los gastos que genera el consumo, se pagan con los ingresos que recibimos a fin de mes. El ocio se reduce a tiempos limitados, con lo que se trabaja más para consumir más en menos tiempo. Lo que vivimos hoy en día es un consumo intenso en un tiempo de ocio escaso. Un consumo que proporciona una posición dentro de la sociedad. Incluso las vacaciones se convierten en un acontecimiento estresante: largas esperas en los aeropuertos, agenda de visita turística demencial, playas atestadas teniéndote que levantar a las 7 de la mañana para coger sitio, etc. Los pequeños resquicios de tiempo como un puente o un fin de semana se aprovechan al máximo.  

Como dice uno de mis héroes, José Mújica, ¿con qué pagamos todo ese consumo?  con nuestra vida. Ya sabemos que nadie muere por consumir, pero, ¿qué necesitamos para consumir? y ¿de dónde sale ese dinero?: de interminables horas de trabajo.