domingo, 16 de septiembre de 2018

Una vida de apariencias

Esta vez voy a hablar de la película “La gran belleza”.

Reparto: Toni Servillo, Carlo Verdone, Sabrina Ferilli, Serena Grandi, Galatea Ranzi, Isabella Ferrari, Giulia Di Quilio, Luca Marinelli, Giorgio Pasotti, Massimo Popolizio.
Director: Paolo Sorrentino.
Fecha y nacionalidad: 2013, Italia.



No soy una gran entendida del cine, pero, como me pasa con el vino, sé cuando algo es bueno.
Al empezar la película, creía que estaba viendo una obra independiente y bastante abstracta, basada sobre todo en lo visual. Si te muestran al empezar imágenes muy bellas, y una música evocadora, en las que no sucede “nada”, ¿qué piensas? Yo pensé “Sí, muy bonito, aunque es el tipo de película de culto que mostrarían en una exposición de arte abstracto, tiene pinta de que esta película no va a tener mucha sustancia”, pero cuando empezó a mostrarse la historia, quedé hipnotizada, porque a pesar de mantener una fotografía y unos planos excelentes, ese personaje protagonista, Jep Gambardella, prometía contar una historia común desde un punto de vista inolvidable. Me olvidé de que había habido un guionista, un director, actores, iluminadores, etc. para crear la película, los mismos personajes me estaban contando la historia en vivo y en directo. Esa es la magia del buen cine.

Argumento: Jep Gambardella es un periodista y escritor que vive en Roma y que sólo ha escrito un libro, “El aparato humano”, que fue un gran éxito, y que no ha vuelto a escribir ningún otro. Es un dandi, que dedica casi toda su vida a fiestas, placeres físicos y lujos. Ha alcanzado el éxito económico y mucho poder, aunque al contrario de la gran mayoría de las personas de las que está rodeado, él es consciente de que tiene una vida sin sentido. El tema central de esta película es la falta del sentido de vida del protagonista, adentrándose en la complejidad de los rasgos humanos que podemos utilizar para dar sentido a la vida o para no hacerlo.

Lo mismo, al leer el argumento has pensado “bueno, ya se han hecho muchas pelis sobre eso, no es nada nuevo”, si no la has visto y has pensado esto, te recomiendo que la veas, y comentes qué te ha parecido después. Tengo que hacer una aviso para navegantes: voy destripar la peli, lo que ahora se llama “spoiler”, así que no sigas leyendo hasta después de verla si no la has visto y quieres hacerlo.

Para el resto, sigo contando:

En mi opinión, esta película es una verdadera obra maestra, no sólo, como ya he dicho, por la belleza de las imágenes y la excelente fotografía, sino sobre todo, por cómo el director es capaz de plasmar las excusas que muchas veces nos ponemos para no superarnos a nosotros mismos debido al miedo de qué vendrá después, de cómo conseguirlo y a la posibilidad del fracaso después de intentarlo. ¿Te suena esto? A mí, un montón. Ni el Conde Draco, el de Barrio Sésamo, que no se cansaba de contar, podría hacerlo con las veces que me he quedado paralizada por estos motivos.

Paolo Sorrentino consigue plasmar esto a través de un hombre que ha cumplido los 65 años, Jep Gambardella, después de haber conseguido éxito económico y poder, rodeado por iguales en cuanto a clase económica y con similar estilo de vida vacía, sin sentido, pero al contrario que la gran mayoría de las personas que le rodean, él es consciente de que su vida está vacía. Intenta tapar ese vacío con fiestas, sexo sólo por placer y lujos materiales, resignándose a su vida superficial, pero esa sensación sobresale por encima de todo, no puede taparla con nada.

Lo mismo alguno piensa “joer, qué guay, teniendo mucho dinero, mucho tiempo y con fiestas a diestro y siniestro, ¿para qué se va a plantear uno el sentido de la vida?, a disfrutar y ya está”, si es tu caso, imagínate un día en el que no haces nada relevante para ti, bueno, eso está bien de vez en cuando, ahora imagínate otro más después de ese, y otro, y otro, y otro, y otro, y así consecutivamente hasta llegar a 1.000 días seguidos, y recuerda, con mucho tiempo libre, en el que aunque no quieras, llegarán a tu mente las reflexiones sobre qué estás haciendo con tu vida; eso es un infierno.

Jep llega a plantearse un cambio de vida, dotándola de sentido, porque sabe que no está siendo él mismo, sino que tan sólo está interpretando un personaje que ha llegado a ser sin saber muy bien cómo, para ello, intenta recurrir a la espiritualidad, pero cuando intenta hablar con un cardenal sobre el sentido de la vida, se vuelve a encontrar con la misma superficialidad de su mundo, es más, encuentra que hasta personajes muy conocidos de la Iglesia católica forman parte de su mundo superficial y que al igual que él, sólo interpretan un personaje. El tal cardenal sólo estaba interesado en acaparar la atención y el único modo que sabía de hacerlo era hablar sobre recetas de cocina, porque a nadie le interesaba hablar ni de religión ni de espiritualidad, ni siquiera a él mismo. Sor María entra en escena, un personaje verdaderamente espiritual, pero el círculo de personas que rodea al protagonista, intenta disfrazarla de superficialidad, sin valorar lo verdaderamente importante.

El protagonista conoce a Ramona, un personaje extraño y misterioso, una mujer mucho más joven que él que le despierta la curiosidad, se interesa por ella no sólo como un cuerpo o placer físico, parece que estando con ella vuelve vagamente a inspirarse, pero muere al poco tiempo.  El tema de la muerte es recurrente en la película, en la que dos personas muy jóvenes y bellas físicamente mueren; ni si quiera su aun corta edad ni su belleza física evitaron su muerte; nada puede evitar la muerte en algún punto de la vida.

Jep sabe que para despojarse del personaje que interpreta, tiene que dar “un salto al vacío”, despojarse de esa vida y crearse de nuevo, pero no se atreve a dar ese salto y se resigna a la vida que tiene. Romano, un amigo suyo, dramaturgo fracasado, es el único personaje que se atreve a dar ese salto después de décadas intentando llegar a tener “éxito”. Parece un personaje alternativo a Jep, el personaje que él mismo podría haber llegado a ser si no hubiese tenido “éxito” y no hubiera alcanzado poder. Romano no tiene casi nada que perder dando ese salto, al contrario que él, cuyo estilo de vida parece estar sostenido por una estructura superficial, que se mantiene casi por inercia, y de la que carece Romano. ¿Quién sería él y cómo sería su vida sin esa estructura que ya ni se esfuerza en mantener? Tiene curiosidad por saberlo, pero tiene mucho miedo a dar el “salto” y descubrir que en el fondo ya no hay nada, que sigue “sin ser nadie”, porque todos esos años de vida superficial le han vaciado de sentido para siempre, siendo incapaz de encontrar el camino hacia una vida con sentido.

Parece muy evidente que tanto el argumento como el personaje de “La gran belleza” están basados en la película “La dolce vita”, es más, podría ser una continuación de qué le habría pasado a Marcello Rubini (el protagonista de “La dolce vita”) unos 40 años más tarde. También Marcello Rubini llega a plantearse un cambio de estilo de vida, pero lo descarta cuando el personaje que simboliza la vida ordenada, espiritual y profunda se suicida y mata a sus dos hijos; Marcello cree que lo hizo porque tenía miedo de él mismo.

A los que no habéis visto la película y tenéis interés en verla: a pesar de haber desoído mi recomendación de no seguir leyendo, habéis podido comprobar que sólo la he destripado un poquito, y estoy casi segura de que ahora tenéis más curiosidad, pues, ¡a alquilarla!, en algún video club, físico (que ya quedan muy poquitos) u online.

A lo largo de mi vida profesional, he conocido a varios hombres que tenían ingresos altísimos y eran infelices porque vivían de forma superficial. La vida sin un sentido claro, es vivir de puntillas. Si no tienes claro tu sentido de vida, busca cuáles tus valores, cómo vivirlos y actúa, entonces entrarás en una nueva dimensión, que nada, pero absolutamente nada, puede comprar.


lunes, 10 de septiembre de 2018

¿Hijos?, no, prefiero el plan B

Miedo me da presentar el siguiente artículo, porque es un tema que levanta ampollas y no sé porqué, cada unos tenemos libertad de querer vivir la vida a nuestra manera. El tema que os presento en este artículo, es: hasta qué punto compensa hoy en día tener hijos.

En una reunión de personas con idea de tener hijos o que ya los tienen, el declarar abiertamente que uno no tiene intención de tener ningún hijo genera todo tipo de opiniones: que si eres un egoísta, que si no quieres responsabilidades, que vaya cómodo estás hecho, etc.


En el caso de este artículo, voy a presentaros un pasaje del libro “Amor Líquido”, donde el  sociólogo, filósofo y ensayista polaco Zygmunt Bauman (lamentablemente murió el año pasado), habla de los inconvenientes que hoy en día tiene el tener hijos. Ahora, muchos de vosotros podéis pensar: “seguro que este tío no tuvo hijos”. Pues los tuvo, tres hijas:

En nuestra época, los hijos son, ante todo y fundamentalmente, un objeto de consumo emocional.
Los objetos de consumo sirven para satisfacer una necesidad, un deseo o las ganas del consumidor. Los hijos también. Los hijos son deseados por las alegrías del placer paternal que se espera que brinden, un tipo de alegría que ningún otro objeto de consumo, por ingenioso y sofisticado que sea, puede ofrecer. Para desconsuelo de los practicantes del consumo, el mercado de bienes y servicios no es capaz de ofrecer sustitutos válidos, si bien ese desconsuelo se ve al menos compensado por la incesante expansión que el mundo del comercio gana con la producción y mantenimiento de los hijos en sí.


Los hijos son una de las compras mas onerosas que un consumidor promedio puede permitirse en el transcurso de toda su vida. En términos puramente monetarios, los hijos cuestan más que un lujoso automóvil último modelo, un crucero alrededor del mundo e, incluso, más que una mansión de la que uno pueda jactarse. Lo que es peor, el costo total probablemente aumente a lo largo de los años y su alcance no puede ser fijado de antemano ni estimado con el menor grado de certeza. En un mundo que ya no es capaz de ofrecer caminos profesionales confiables ni empleos fijos, con gente que salta de un proyecto a otro y se gana la vida a medida que va cambiando, firmar una hipoteca con cuotas de valor desconocido y a perpetuidad implica exponerse a un nivel de riesgo atípicamente elevado y a una prolífica fuente de miedos y ansiedades. Uno tiende a pensarlo dos veces antes de firmar, y cuanto más se piensa, más evidentes se hacen los riesgo que implica, y no hay deliberación interna ni indagación espiritual que logre disipar esa sombra de duda que está condenada a contaminar cualquier alegría futura. Por otra parte, en nuestros tiempos, tener hijos es una decisión, y no un accidente, circunstancia que suma ansiedad a la situación. 

Tener o no tener hijos es probablemente la decisión con más consecuencias y de mayor alcance que pueda existir, y por lo tanto es la situación más estresante y generadora de tensiones a la que uno puede enfrentarse en el transcurso de su vida. Es más, no todos los costos son económicos, y aquellos que no lo son directamente no pueden ser evaluados o calculados en absoluto. Ponen en jaque todas las capacidades en inclinaciones de esta especie de operadores racionales que estamos entrenados para ser y nos esforzamos por ser. “Armar un familia” es como arrojarse de cabeza en aguas inexploradas de profundidad impredecible. Tener que renunciar o posponer otros seductores placeres consumibles de un atractivo aún no experimentado, un sacrifico en franca contradicción con los hábitos de un prudente consumidor, no es su única consecuencia posible.

Tener hijos implica sopesar el bienestar de otro, más débil y dependiente, implica ir en contra de la propia comodidad. La autonomía de nuestras propias preferencias se ve comprometida una y otra vez, años tras año, diariamente. Uno podría volverse, horror de los horrores, alguien “dependiente”. Tener hijos puede significar tener que reducir nuestras ambiciones profesionales, “sacrificar nuestra carrera”, ya que los encargados de juzgar nuestro rendimiento profesional nos mirarían con recelo ante el menor signo de lealtades divididas. Lo que es más doloroso aún, tener hijos implica aceptar esa dependencia de lealtades divididas por un periodo de tiempo indefinido, y comprometerse irrevocablemente y con final abierto sin cláusula de “hasta nuevo aviso”, un tipo de obligación que va en contra del germen mismo de la moderna política de vida líquida y que la mayoría de las personas evitan celosamente en todo otro aspecto de sus vidas. Despertar a ese compromiso puede ser una experiencia traumática. La depresión posnatal y las crisis maritales (o de pareja) posparto parecen ser dolencias modernas específicas, así como la anorexia, la bulimia e innumerables formas de alergia.
 
No sé si comulgar con la opinión del autor de que los hijos son un objeto de consumo emocional, lo cierto es que se ven muchos casos en lo que los hijos están para satisfacer una necesidad psicológica de los padres que superficialmente ignoramos, pero que si rascamos acaba saliendo a la superficie; una especie de relación enfermiza, una compulsión a estar constantemente pendientes de las necesidades de los hijos, de que no sufran, de que no sean infelices, de que no les falte de nada, de que tengan más que otros niños y mejor.

Tampoco estoy de acuerdo con el autor en que los hijos cuesten más que un lujoso automóvil, un crucero alrededor del mundo e, incluso más que una mansión. Claro si queremos que el chaval cuando aprende a montar en bici lleve una bicicleta de la caras, que cuando sea un adolescente y vaya de compras, compre solo ropa de marca y luego cuando se saque el carnet de conducir el chaval tenga que llevar su Mini Cooper, en ese caso, por supuesto que el nene nos puede salir más caro que una mansión de lujo, pero de esto toda la culpa la tienen los padres.

Cierto que hay que renunciar o posponer otros placeres consumibles, así como renunciar a la propia comodidad y a nuestras ambiciones profesionales, pero para muchos la renuncia compensa. Como dice el autor, ese compromiso puede ser una experiencia traumática, que a muchas lleva a la depresión posnatal y al comienzo de la crisis de pareja.

Mi conclusión es que si una pareja decide no tener hijos, que no se creen conflictos psicológicos innecesarios y que acepten que pueden ser felices sin necesidad de tener hijos. Ninguna de las dos opciones es mejor que la otra, para algunas parejas es mejor opción tenerlos, para otras no. Ambas posturas son respetables. Afortunadamente en los países de occidente podemos elegir.